ESCRIBIR ES UN ACTO SENSUAL / GLORIA ANZALDÚA

Tallo mi cuerpo como si estuviera lavando un trapo. Toco las saltadas venas de mis manos, mis chichis adormecidas como pájaras al anochecer. Estoy encorvada sobre la cama. Las imágenes aletean alrededor de mi cama como murciélagos, la sabana como que tuviera alas. El ruido de los trenes subterráneos en mi sentido como conchas. Parece que las paredes del cuarto se me arriman cada vez más cerquita.

Escogiendo imágenes del ojo de mi alma, pescando la correcta palabras para recrear las imágenes. Las palabras son láminas de hierbas que empujan más allá de los obstáculos, brotando en la página; el espíritu de las palabras que se mueve en el cuerpo es tan concreto y tan palpable como la carne; el hambre de crear es tan sustancial como los dedos y la mano.

Me miro los dedos, veo plumas creciendo allí. Desde los dedos, mis plumas, tinta negra y roja gotea por la página. Escribo con la tinta de mi sangre. Escribo con la tinta de mi sangre. Íntimamente conociendo el tacto suave del papel, su enmudecimiento ante mi y me derramo en el interior de los árboles. A diario lucho contra el silencio y el rojo. Diariamente, tomo mi garganta en mis manos y aprieto hasta que salen los gritos, con la laringe y el cuello doloridos por la lucha constante.

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Escribir produce ansiedad. Mirar dentro de mí y de mi experiencia, mirar mis conflictos, engendra ansiedad en mí. Ser escritora se parece mucho a ser chicana, o a ser queer -mucho de retorcerse, darse contra de todo tipo muros-  O su opuesto: nada definido o definitivo, un ilimitado y flotante estado de limbo donde patear mis talones, rumiar, percolar, hibernar y esperar a que pase algo.

Vivir en un estado de intranquilidad psíquica en una tierra fronteriza es lo que hace que los poetas escriban y los artistas creen. Es como una aguja de cactus incrustada en la carne. Por la propia inquietud se mete más y más profundamente, y yo lo agravo hurgando en ella. Cuando empieza a infectarse tengo que hacer algo para poner fin a la irritación y  averiguar por qué lo hago. Consigo profundamente irme al lugar donde es arraigada en mi piel y la arranco, jugando como un instrumento, apretando los dedos empeorando el dolor antes de que pueda volverse más liviano. Entonces sale. No más dolor, no más ambivalencia. Hasta que otra aguja atraviesa la piel. Eso es lo que la escritura es para mí, un ciclo interminable de intensificar el dolor y aliviarlo, pero siempre creando sentido de la experiencia, sea cual sea.

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Para escribir, para ser escritora, tengo que confiar y creer en mí misma. Como orador, como voz de las imágenes. Tengo que creer que soy capaz de comunicar con imágenes y palabras y que puedo hacerlo bien. Una falta de creencia en mi ser creativo es una falta de creencia en mi yo total y viceversa: no puedo separar mis escritos de ninguna parte de mi vida. Todo es uno.

Cuando escribo siento como si estuviera tallando hueso. Siento como si estuviera creando mi propio rostro, mi propio corazón: un concepto náhuatl. Mi alma se hace a sí misma a través del acto creativo. Se rehace constantemente y se da a luz a través de mi cuerpo. Es este aprender a vivir con la Coatlicue que transforma vivir en la Frontera, de ser una pesadilla a una experiencia numinosa. Siempre es ruta/estado hacia otra cosa.


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